21 jun 2012

PALOMA DE AMÉRICA
A Alberto Lleras Camargo

Te llamabas Colombia cuando
la dignidad fulgía en tus manos áureas,
cuando tus creadores y tus hombres de letras
te ponían en las sienes sus rosas, sus laureles,
su música: cuando eras la azul cazadora de hazañas,
la ceiba de la historia:
cuando tu frente era molde y ejemplo de virtudes
y era serenidad, inteligencia,
honradez, porvenir, genio y figura.

Te llamabas Colombia cuando tus hijos
de erguida sangre patricia,
sobre alados caballos de cascos de relámpagos
bordaban tu bandera con gritos,
con jubilosos himnos,
jurando bajo el cielo ensangrentado
no verte nunca jamás vencida,
ni vejada ni herida ni ultrajada.

Te llamabas Colombia cuando en tu regazo,
agradecida, se sentaba la gloria.

Aquellos dioses fértiles
hicieron de ti la diosa joven
de la Libertad y la Justicia. Ellos te levantaron
y te condecoraron de gestas seculares:
todos esos amantes tuyos fueron
los padres de tus hijos. Porque estabas orlada
de encinas y de robles, de cafetos y mares,
de ríos y esmeraldas, de simones y de córdobas,
santanderes y zeas, liborios y atanasios
y porque eras la muchacha más preciosa
y valiente del Continente limpio.

Te llamabas Colombia cuando la espada diligente
y en trance de victoria, se confundía
con la pluma de fuego en las justas libertadoras,
en las lides del Derecho, del Ideal, de la Justicia,
de la Democracia nítida. Cuando tu nombre
–el más bello que otro país no tuvo nunca–
dejaba por su camino las huellas
de una estrella de futuros y aventaba
a las generaciones venideras
sus semillas de mármol y de bronce.

Cuando tus manos de amazona certera
lanzaba al paisaje enlutecido
sus flechas de oro rútilas
como senderos de esperanza y martirio,
que te conducirían a inmortales destinos,
a remotas auroras. Te llamabas Colombia
porque fuiste amasada con centellas y centauros,
plasmada con besos de planetas maduros
y auxilios de antorchas: porque naciste
de las hojas del pan, del viento y de la fuente.

Jamás un pedazo de tierra
se convirtió en una mujer más pura y más digna.
Jamás parió la tierra una flor más perfecta,
una palma más fuerte y más altiva.
Te llamabas Colombia porque te destinaron los oráculos
a ser entre todas tus hermanas
la Paloma de América. Porque tus labios
promeseros y generosos, destilaban néctares
y tus ojos celestes eran como dos islas
de amor iluminadas.

Hoy te llaman –te llamo– angustia, lámpara dormida,
la Colombia sangrante, agonizante,
la Colombia en pedazos. Hoy te llaman, Colombia,
la que olvidó la ruta, la sonámbula
que se perdió en la noche
para caer en brazos de rudos pecadores
que mancillaron tu túnica, para dejarte luego,
sola, desamparada, en mitad de la calle de la Historia,
del bien y de la lucha.

Yo te llamo la Ausente, la sin risa y sin alas,
la gran sacrificada, la desolada mártir,
la rubia abandonada en las playas del mundo.
Hoy te llaman, Colombia, la corza sin aliento,
sin remos, sin respiro, sin bríos; la fuerza inútil,
el inválido ariete, el brazo sin esfuerzo;
el águila mordida por dientes infernales,
a la que le trocaron el albo caballo de Bolívar
por los toros de raza.

Y te llamo… y no me oyes porque te has ido lejos,
porque te has ido pálida, arrastrada y llevada
por aquellos piratas de la mirada tuerta,
los de barbas malditas y de manos podridas
donde el oro es un crimen.
Llevada por los helados esqueletos robustos
que nunca vieron, turbios,
tu salud, sino el brillo de unas rotas monedas
por Judas acuñadas. Porque jamás, Colombia,
se vio ni olió una vergüenza
igual a esta negra vergüenza.
Y te llamo y no me oyes porque te han conducido
a la sórdida madriguera de las lamentaciones
donde el odio vigila y la ignorancia firma;
allá donde la luz se humilla
y el viento, tu galante, no entra
porque el asco hace caer sus crines
de horizontes. Allá donde las alimañas
celebran sus banquetes diabólicos
y rocían con sangre la carne de tu cuerpo,
Colombia mía, núbil.

De un seminario de héroes se transformaron
en un país de zorros. De fragua de titanes
pasaste a ser fábrica de ambiciones,
gabelas y adehalas. Pero algún día, Colombia,
tornarás a mis brazos, a la verdad, al vuelo,
y otra vez serás la diosa joven
de la Libertad y la Justicia,
el águila de hierro por las alturas libre,
desafiante, tremante, mi Colombia de llamas,
de truenos y fulgores,
mi Paloma de América.

Porque jamás la Tierra hizo de tierra
una estatua tan noble, tan propicia,
porque nunca se vio ni oyó una
Libertad más alta que la tuya.

Ciro Mendía
Abril – 1957

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